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Jaque a la reina

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La lluvia en verano siempre era un buen augurio, pero ese día el cielo del valle mostraba un aspecto sucio, cubierto de nubes de un tono amarillento, señal de que venían cargadas de polvo de los desiertos sureños. Mal momento para regresar a la capital, sin embargo, ¿Qué otra opción tenía? Deoch se rascó la barba, otrora pulcramente recortada, ahora lucía algo descuidada e irregular, sin embargo el rictus cruel de sus finos labios no permanecía oculto, a juego con sus ojos, del color del argyrion.


Meses habían transcurrido desde la última vez que estuviese en Brigann, y su partida había estado propiciada por una traición sin precedentes. Deoch había ostentado el título de Duque como un favor personal de Balgair, anterior rey de Albain y primo directo de este, y desde ese momento había sido el tesorero real por excelencia, encargándose de las cuentas del reino con eficacia, pero no con transparencia, hecho irrelevante en una región donde la corrupción era el privilegio de las jerarquías superiores. Incluso durante el gobierno de Cailean el Dilecto, el Duque había mantenido su puesto pese a saber que el joven tenía sus ojos puestos en él. Sin pruebas no había delito, además, ¿Quién reclamaría el desvío de tan insignificantes cantidades en comparación con el gran fondo que tenía la corona por aquel entonces? Dos libros de contabilidad existían, pues: Uno oficial, siempre guardado en los archivos reales, y otro diferente, más desglosado aún y con lujo de detalle, que el duque custodiaba a buen recaudo en su palacete.


El capital desviado era destinado a ciertas gestiones extras que mantenía ajenas a su labor como ministro y tesorero. Él no era un filántropo, sino un empresario, un prestamista nato, y a lo largo de los años había hecho ciertos negocios que, muchas veces, la otra parte no tenía con lo que saldar la deuda. Ahí era donde entraba su segundo y sí lucrativo negocio: A lo largo de los años, Deoch había tejido una efectiva red en el Barrio de las Pavesas, dedicada a la prostitución y a la trata de personas. Quien no podía pagar, debía elegir entre entregar a una mujer, ya fuese esposa, hermana o hija, a Deoch para que esta fuese obligada a trabajar permanentemente en los burdeles bajo la jurisdicción del aristócrata, o entregarse personalmente para partir, desde el puerto fluvial, en un barco hacia reinos lejanos, donde sería tratado como mercancía, un esclavo más hasta el fin de sus días. Negarse era el equivalente a condenar a una familia entera, aunque pocas podían subsistir realmente sin el o la cabeza de familia. 


Ese negocio sí era lucrativo. Y su posición como miembro del consejo, así como su acceso directo a las arcas reales, le granjeaba la influencia necesaria para permitir llevar esa labor a cabo. En los bajos fondos de Albain, Deoch hacía su agosto.


Pero, siete meses atrás, aquel imperio se había desmoronado sin piedad. El libro de cuentas extraoficial, aquel al que sólo él tenía acceso, había desaparecido de su despacho en su mansión, así como otros documentos de suma importancia. Deoch, ordenado hasta límites obsesivos, jamás cambiaría de lugar tan preciados enseres. A la mañana siguiente fue convocado a una reunión del Consejo, y en la gran mesa circular, iluminados por la luz que a raudales caía del rosetón que había sobre esta, su libro de cuentas permanecía como una acusación silenciosa, junto al resto de papeles desaparecidos. La reina estaba sentada en su asiento con los brazos cruzados y una expresión que pretendía parecer severa, pero que más bien parecía que intentaba enmascarar el temor que le causaba dar un salto de fe. El resto de los rostros de los consejeros... Los nobles le rehuían la mirada, algunos con culpabilidad por ser conscientes de sus delitos pero callar, ya fuese por miedo o por simple camaradería; otros, lo escrutaban con presuntuosidad, pues la corte no era más que un pulso colectivo en el cual el más fuerte o astuto debía imponerse a los demás. Ninguno intercedería, estaba sólo. Por otra parte, los seis miembros del clero intercambiaban cuchicheos entre ellos, salvo el alto arzobispo, que veía como una de las piezas de la nobleza se desmoronaba, e involuntariamente, eso brindaba más poder a la iglesia dentro del consejo, al estar en mayoría: Todos conocían los pecados de todos, en mayor o menor medida, pero los privilegios y la falta de pruebas los mantenían a salvo. Pero Deoch acababa de perder ese juego al ser incapaz de custodiar debidamente las pruebas que lo inculpaban, y siendo públicos sus crímenes, sólo quedaba dictar sentencia.


¿Quién lo había delatado? ¿Por qué? ¿Cómo habían logrado infiltrarse en su hogar? Interrogaría a todos y cada uno de los miembros del servicio en pos del traidor, y si era necesario, los amenazaría con enviarlos al otro lado del mar en las galeras...


Pero el castigo no sería una simple multa ni una destitución. Tras toparse con la fría mirada del arzobispo, que sutilmente se desviaba hacia la pequeña y temblorosa reina, Deoch temió que las cosas no se limitasen a una palmada en la espalda. ¿Por qué no? Yvaine habló, parecía al borde del colapso mientras, declaraba ante todo el consejo, que el Duque Deoch de Argyll quedaba despojado de sus títulos en el acto, así como de su patrimonio, que pasaría a formar parte de la corona para compensar el dinero desfalcado. 


Irónico, pues para cuando el reinado de Yvaine había comenzado, más de uno se había atrevido a sacar dinero de las arcas, dejando estas bastante maltrechas.


Además, la reina declaró que debía ser encarcelado de forma indefinida hasta una segunda vista de carácter judicial, en la cual se discutiría su condena de forma más detallada. Y por supuesto, los que estuviesen a punto de embarcar para ser vendidos como esclavos, debían ser liberados, del mismo modo que era obligatorio hacer lo mismo con las mujeres.


¿Cómo había conseguido aquella mocosa la información? Alguien debía de haberle vendido, pero por más que intentaba dilucidar de entre todos los miembros del concilio, no era capaz de averiguar quién.


La guardia lo agarró por los brazos, sacándolo de la sala, pero Deoch no estaba dispuesto a pudrirse en una prisión como un vulgar criminal. Sobornos adecuados, y pudo conseguir un pasaje precipitado para dejar Brigann atrás junto a toda su familia, abandonado también el Valle blanco, y con este, Albain. Con las ganancias que había podido llevarse consigo, logró refugiarse en el norte de Alerihan por un tiempo, sin embargo no era suficiente. Las deudas lo acosaban, incapaz de mantener su anterior estilo de vida y pronto cayó en la ruina más absoluta,. Su esposa lo abandonó, marchándose junto a sus hijos y culpándolo de todo lo acaecido. Durante un largo mes, usó sus escasas monedas para darse a la bebida... Hasta que una misteriosa carta llegó hasta él. 



Alguien, que se hacía llamar Lady Amberle, solicitaba entrevistarse con él en Brigann, y aseguraba que el riesgo merecía la pena: Tenía un negocio que proponerle. El otrora duque estaba seguro de que no conocía a nadie que respondiese a ese nombre, sin embargo la curiosidad pudo con él, y muy posiblemente, el deseo de recuperar la gloria perdida.


 

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Y ahí se encontraba él, de pie frente a un edificio de aspecto destartalado, situado cerca de la muralla, en el punto en el cual el barrio de las Pavesas se separaba de la Cumbre de Cristal. El cartel que pendía del portón rezaba "El pendón de cristal". Vulgar. ¿Por qué lo había citado precisamente allí? Reconocía el sitio, había sido uno de los principales burdeles de su red, donde solía llevarse a las jóvenes para iniciarlas, sin embargo todo aquello había quedado disuelto tras la acusación que había caído sobre él.


Hablando de cosas que caen, el chirrido de las bisagras de una ventana al abrirse le hizo levantar la testa, justo a tiempo para desplazarse a la derecha y evitar que el desagradable contenido de un cubo cayese sobre él.


— ¡Ah, lo siento! —Una voz infantil vino precedida de un rostro con las mismas características. Un niño se había asomado por la ventana, llevando aún entre sus manos, que goteaba los restos de su contenido. 


— Como una sola gota haya caído sobre mi gabardina, me haré una nueva con tu piel —Deoch no estaba para aguantar los deslices de un plebeyo, y tras soltar un grito asustado, el crío desapareció, cerrando de golpe la ventana.


El noble golpeó con los nudillos la puerta, gruesa, a pesar del estado de la fachada, y esta se abrió para él.


El interior era completamente diferente a lo que recordaba, como si hubiese atravesado algún portal y ahora se encontrase en la antesala de una hermosa mansión. Bueno, era más bien un quiero y no puedo, pues no todos los ornamentos eran de calidad, sin embargo la tenue luz, el perfume que flotaba en el aire, y los tonos rojizos de las paredes, revestidas con cortinajes, generaban la ilusión de que era más lujoso de lo que realmente era. Antaño había sido bien diferente, pues la higiene solía brillar por su ausencia, y las paredes mostraban el aspecto cetrino de los muros de una prisión. Las ropas de las muchachas consistían en poco más que harapos, y muchas mostraban la actitud sumisa de un perro apaleado. Ahora, en cambio, parecía el interior de un palacete donde ninfas retozaban alegremente. Deoch bufó, un intento de risa sardónica que murió en su garganta. Tenía que ser una broma.


— ¿En qué puedo ayudarle, caba...? —Seductor era su tono, más se tornó agrio poco antes de cortar la frase de forma abrupta, cuando descubrió el rostro bajo la gastada capa de viaje. La doncella, ataviada con prendas translúcidas que generaban una impresión de desnudez. De pronto pareció estar contemplando la más sucia alimaña estrujada contra el suelo— ¿Qué hace él aquí?


¿Lo conocía? Porque él no recordaba aquel rostro. Tampoco solía reparar en la mercancía más de lo necesario.


— Tranquila, Maeni, Lady Amberle dijo que vendría —Otra joven posó sus manos sobre los brazos de la primera, arrastrándola con suavidad para alejarla de él— Escalera derecha, quinta puerta del pasillo a la izquierda —Fueron sus escuetas indicaciones para este, que si bien poseía cierta cortesía, también derrochaba indiferencia.


A Deoch no le gustaba la mirada de ninguna de las dos, pero esas jóvenes no eran relevantes. Había acudido a reunirse para conversar con una tal Amberle, y no con prostitutas. Tomando el camino marcado, el noble abrió la puerta señalada sin molestarse en llamar, irrumpiendo en una sala algo más elegante que el resto del edificio. Recortada contra el ventanal, la silueta voluptuosa de una dama aguardaba, saliendo de entre las sombras para entrar en el radio de luz que ofrecían los candelabros.


Lady Amberle sonrió de forma enigmática.


— Que grosero entrar sin ni siquiera avisar de su presencia. Podría estar visiblemente indecente como para recibirle, y habría sido un bochorno para ambos, Argyll —La dama agitó sus pestañas, largas y sedosas, a juego con su cabellera de tono miel.


— Dudo que nada aquí sea decente, muchacha —Avanzó con actitud intimidante hacia la joven, intentando asustarla, pero ella ni se inmutó. Desafiante lo miró.


— Los modales, cuídelos. Da usted muy mala imagen de la nobleza —Era una muchacha de unos veintitantos, voluptuosa y definitivamente dotada de un porte particular—  ¿Sabe? Yo una vez fui noble, pero eso es agua pasada, por suerte. En parte, tengo que agradecerle usted el poder estar aquí ahora, y no es que no me haya costado. Cuando se marchó, muchas de nosotras no teníamos a donde ir, y por desgracia, esta se había convertido en nuestra vida, la única que conocíamos o a lo que podíamos aspirar. Pero de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Por eso hice todo lo que pude por sacar esto adelante, de una forma más o menos legal. Seguro que este lugar le parece otro. Y seguro que además, no me recuerda, así como tampoco a mis hermanas.


Deoch sabía que no hablaba de unos lazos reales entre las chicas de aquel lupanar, sino más bien, algo metafórico.


— ¿Me has hecho llamar para humillarme? ¿Acaso crees que no puedo caer más bajo? —Masculló entre dientes, avanzando de nuevo hacia ella súbitamente con intenciones ferales en su mirada. No había puesto en peligro su vida al visitar Brigann tan sólo para que una meretriz se riese en su cara de sus desgracias, presumiendo de negocio. Le enseñaría su lugar, como había hecho antaño con aquella panda de furcias.


Pero tan pronto como lo hizo, se vio obligado a detenerse. Una punzante sensación presionaba su ingle, tensando su piel como si quisiera romperla. De la raja del vestido de Amberle, situada sobre su muslo izquierdo, esta había tomado una daga, que apuntaba directamente a la entrepierna del noble como una amenaza nada tácita. La mujer parecía sosegada pese al intento de agresión.


— Celeene me salve. Nunca me ha gustado regodearme más de lo necesario, sólo lo justo. No tengo esas intenciones, pero le sugiero que se aparte de mí y tome asiento al otro lado de la mesilla, si acaso siente algún aprecio por lo que le cuelga entre las piernas. No quisiera tener que arrepentirme de haberle hecho llamar, y no me gusta la sangre: Después cuesta mucho limpiarla, y hay que mantener decente este lugar.


De mala gana, su interlocutor obedeció, sentándose en un tapizado sillón con el aire relajado de quién no ha sido amenazado, como si siguiese siendo el dueño de todo aquello. 


— ¿Esperas que me crea que tú sola has sacado adelante este negocio? —Una risotada sarcástica brotó de su garganta— Esas ratas traidoras del Consejo estaban deseando tomar mi relevo. Especialmente los prelados. Yo era la principal competencia de los burdeles que están bajo la jurisdicción del cabildo. 


— Duque, por favor, no sea básico —Lo cortó la madame, poniendo especial énfasis en la última palabra, negando con la testa— Para empezar, por supuesto que no ha sido obra mía en exclusiva, no puedo llevarme el mérito. Mis niñas y yo hemos trabajado duramente para ello. Además, puede que haya tenido que pedir algunos favores a la leona de cobre. Mucho más comprensiva a la hora de hacer negocios, y no impone la vida como pago por las deudas —Dejó que el silencio calase antes de proseguir— Nada que tenga que preocuparle. Además, no me apetece compartir los secretos de mi cartera de contactos, sería poco ético y profesional por mi parte. No ha llegado hasta aquí confiando ciegamente en cualquier bonito discurso o un poco de poesía barata. Pero resolveré sus sus dudas, porque sospecho qué es lo que está pensando: No he recibido patrocinio alguno por parte de ningún miembro del Consejo. Después del bochornoso escándalo, nadie sería tan estúpido como meterse en la misma ciénaga. La noticia fue muy sonada, no sólo se limitó a trascender en la capital, me atrevería a decir. Y por si le interesa, el puesto de tesorero que usted ostentaba, ahora corresponde a una tal Lady Wilson, elegida a dedo por la reina. 

La risa sardónica vibró en las cuerdas vocales de Deoch de Argyll ante semejante disparate. pero la faz de Amberle ni se inmutó, de hecho permanecía seria.

— ¿Me ve cara de payaso? —La mujer agitó la pierna, cruzada sobre su gemela.

— No, simplemente creo que has perdido el juicio, mujer. El consejo nunca aceptaría a una mujer en la mesa redonda, salvo a esa mocosa que pretende ser la reina.

 — En ningún momento he dicho que forme parte del Consejo, pues en eso está en lo cierto, pero sí de la administración real, como tesorera y ministra. Posee poder económico y goza de bastante influencia en campos mercantiles. Y lo más importante, ha saneado las cuentas, al menos en apariencia. El Consejo, por el momento, no puede echarla ni aunque ese sea su más ferviente deseo. Su inminente matrimonio con un noble, además, la blinda ante cualquier acusación de brujería. Aunque me encantaría seguir compartiendo cotilleos con usted, no le he hecho llamar para una charla trivial —Amberle inclinó la testa, y por en ángulo, su sonrisa lució torcida—  Quiero proponerle un negocio, un trato... Llámelo como quiera, que a su vez le brindará la oportunidad de redimirse — Finalizó, y las yemas de ambas manos juntó con la solemnidad, repentinamente seria.


— ¿Redimirme? ¿Te has vuelto loca? ¿Crees, de verdad, que me interesa el perdón de un puñado de putas y esclavos?  

 


¿Cuan absurda podía tornarse aquella situación? Deoch no lamentaba realmente nada de lo que había hecho, pues su filosofía de vida era él antes que los demás. No importaba cuantos fuesen pisoteados en pos de preservar su individualismo y el de sus seres queridos. Incluso en la propia naturaleza era así: El más fuerte se imponía al débil, y el cazador nunca se disculpaba con la presa a la que acababa de abatir con una flecha. Era ley de vida: Comer o ser comido, y si para ascender y mantener su comodidad tenía que hacerlo por encima de otras personas, que así fuese. Los privilegiados se situaban a la cabeza por algo, pero la hipocresía de otros a veces causaba tropiezos como el suyo.


No lamentaba nada. La única razón por la que podía llegar a hacerlo era por el abandono de su familia. Pero a su vez, eso lo llenaba de ira... y no sabía si era contra el Consejo o contra la reina. Lo que sí sabía era que Amberle y las chicas del lupanar era quienes tenía más cerca, y era con ellas con quienes le apetecía desquitarse.



La madame entrecerró los ojos, como si supiese qué era lo que se cocía en su cabeza. Tanto tiempo ejerciendo aquel antiguo oficio le había permitido conocer bien ciertas reacciones por parte de los hombres, tanto las buenas, como las malas.


— La gran mayoría de los varones de la aristocracia estáis todos cortados por el mismo patrón. No veis más allá de vuestro propio orgullo, y nunca nada de lo que sucede es culpa vuestra. Hay notables excepciones a esta regla, pero son escasas en comparación a la mayoría. La educación privilegiada y sus múltiples carencias... Sé de lo que hablo. Argyll, haga honor a las formas y deje de interrumpirme cuando hablo. Gracias —Espetó cáustica.



>> Su situación en el reino no es la mejor: Marcado como un criminal por sus actos, sabe bien que si alguien delata su presencia en Albain no podrá eludir su juicio, y eso en el caso de que deseen mostrar algo de benevolencia con usted. Por supuesto, es poco probable que sea castigado con la pena de muerte, pero su única opción será pasar el resto de sus días pudriéndose en alguna celda del palacio de justicia. No tiene privilegios de los que disponer, en el improbable caso de que lograse librarse, por lo que los caminos posibles son: O pasar el resto de sus días en prisión,—Un dedo extendió—regresar al exilio con el rabo entre las piernas—Segundo dedo— O...


Un tercero, gesto que quedó envuelto en silencio, momentos que deliberadamente la chica se tomó para levantar una ceja rubio fresa.


— ...escuchar mi propuesta y regresar por todo lo alto, como un héroe, teniendo presente que todo lo que ha pasado antes será perdonado.


Cambió su postura en el asiento a una más relajada, consciente de ser la mejor opción del aristócrata, que en silencio la juzgaba. Pese a la claridad meridiana, este parecía debatirse entre cual de las opciones era la más conveniente para su situación, buscando alguna trampa en la idílica tercera propuesta. A sus ojos, hacía aguas por todas partes.


— Dedícate a usar la boca para algo más productivo que hablar y deja de vender humo. Eres una de esas...


Un golpeteo enérgico en la puerta, que entonaba un staccatto particular, dejó interrumpida la frase del linajudo.


— ¡El té está listo~! —La voz que se hacía eco al otro lado de la puerta, sonaba vivaz e infantil, y la mujer no tardó en invitarla a pasar.


Cuando la rendija entre la hoja de la puerta y el bastidor se abrió, un par de grandes y curiosos ojos claros asomaron por entre la misma. Mordiéndose la lengua con los labios, señal del esfuerzo que estaba haciendo, un niño entró en la sala, empujando la puerta con el pie, ya que sus manos estaban ocupadas sosteniendo la bandeja, sobre la cual había una tetera, tazas y algunos pastelillos.


— M'am, dice Maeni que ya ha empezado a llover y que hay goteras en la...— Su alegre semblante cambió al terror genuino al ver al hombre, y el contenido de la bandeja casi terminó en el suelo. Amberle interceptó la tetera y las tazas a tiempo—  ¡Por los cojones atados del arzobispo!


— ¿Qué te tengo dicho de emplear ese tipo de lenguaje? No me importa lo que escuches decir a los clientes, no debes repetirlo.  Y menos en presencia de nuestro invitado.  ¿Qué se dice, Finn? — La dama usó el tono medido pertinente, suave y afectuoso, como el de una hermana mayor.


— Pero m'am... ese tipo...  —Quiso susurrar al oído de ella.


— No hables como si no estuviese delante, mocoso. 


Finn emitió un chillido similar al de un lechón que pretende escapar del cocinero que va a abrirlo en canal, y se apuró a esconderse tras la dama, como si ella fuese un muro impenetrable ante la hostil mirada que regalaba el sujeto. 


— Espero que estés satisfecho por asustar a un niño de diez años —Reprochó la mujer mientras acariciaba el cabello del niño.


— Casi once —La corrigió el menor, asomando la cabeza por encima del hombro de la madame.


— Casi once, sí —Repitió ella, con calma.


— ¿Vas a decirme ya la propuesta? Estoy cansado de tanta cháchara sin sentido. Las mujeres y los niños sólo dicen sandeces.


— De hecho, estaba a punto de llegar al tema en cuestión. Finn, cariño, dile a Maeni que iré cuando termine la reunión con el caballero, y que mientras use las cazuelas para contener las goteras. Tardaré un rato más. Venga, apresúrate. Puedes comerte un par de galletas del plato como recompensa.


Cuando el crío, habiendo tomado su pequeña recompensa, desapareció por la puerta y sus pasos se fueron apagando en el pasillo, Amberle volvió a clavar su mirada en Deoch, esta vez mucho más seria que antes. Las manos cruzó por encima de sus piernas, y cualquier rastro jocoso o sarcástico de su timbre había desaparecido en pos de la neutralidad.


— Sé que usted era bastante cercano a Balgair, aún antes incluso de que este se convirtiese en rey. Herederos de sus respectivas casas familiares, es imposible que con la endogamia, no haya consanguinidad entre unos y otros. Ambos érais primos, emparentados en mayor o menor grado con Lady Asleigh. Sé que, en su día, ambos compitieron por la mano de esta, pero que su buena relación le hizo retirarse en favor de su primo, quien se convirtió en rey y le mantuvo como su mano derecha en asuntos económicos.


— Gracias, pero creo que conozco perfectamente mi vida como para que me hagas una síntesis de la misma.


— Entonces tendrás bien presente lo que diré a continuación, ¿Me equivoco? — Había dureza implícita, más que en sus palabras, en la forma que tuvo de pronunciarlas y en lo afilado de su mirada—Todos saben que Balgair siempre fue un cerdo hedonista, y que su cama estaba más transitada que la plaza durante un sábado de ejecución. Aún cuando la reina Asleigh vivía, ya tenía una aventura con Lady Rihannon, sin contar con las cortesanas con las que solía mantener relaciones. Sin embargo, y déjeme que le refresque la memoria, hace once años se encaprichó la hija del barón Davenhall, Serena. Acababa de cumplir los trece años y había florecido como una de las más hermosas damas de la corte. Muchos aseguraban que para cuando alcanzase la mayoría de edad, nadie podría superarla en belleza. Bajo el pretexto de querer presentarla, tanto a ella como a otras damas, ante el príncipe, Balgair la invitó a permanecer una temporada en el castillo, rodeada de lujos. Era una gran oportunidad para muchas, a pesar de que el heredero apenas contaba con unos doce años y mostraba más interés en jugar con el niño encargado de los establos, que en intimar con las jóvenes. Al finalizar el plazo, todas fueron devueltas a sus hogares, pero Serena, definitivamente, ya no era la misma. La alegría y el optimismo que la caracterizaban había desaparecido por completo, dejando paso a una muchacha apagada y mustia, una flor pisoteada. Su padre pensó que tal vez había enfermado, sospecha que casi sería una sentencia cuando, poco tiempo después, los mareos, desmayos y vómitos se convirtiesen en algo habitual en la chica, alterando su salud. El barón temió que su hija pudiese ser estéril, lo cual causaría el rechazo por parte de cualquiera con quien intentase desposarla, así que ordenó que la revisara un doctor.


>> Pero el informe del matasanos, reveló que Serena estaba en perfecto estado de salud, y que sus dolencias no se debían a otra cosa que no fuese la vida que se gestaba en su vientre. Había sido vilmente profanada durante su estadía en el castillo, más ella se negaba a soltar prenda a propósito de quién había sido. Se planteó la posibilidad de que Serena hubiese conocido a alguien de estatus inferior, y que su silencio se debiese a un afán por protegerlo. También erraban en ese punto. Serena finalmente terminó confesando que su majestad la había invitado una tarde a pasear por los jardines para hablar de "su futuro", y ella había pensado que finalmente seleccionada como futura reina. Se dio cuenta de su error cuando el monarca la acorraló y empezó a abusar de ella. Usted pasaba por allí en ese momento, ¿Verdad? Ella le mencionó. Dijo que le pidió ayuda encarecidamente mientras el soberano intentaba arrancarle el polisón, pero que usted se limitó voltear el rostro e informar a su majestad que había dejado unos papeles sobre su despacho y luego se marchó —La acusación no podía ser más clara, pero Amberle no detuvo su relato ahí—  Balgair no podía creer que aquella mocosa se negase al honor de poder satisfacerle, y amenazó con acusar a Lord Davenhall de traición si ella no accedía a sus demandas.


>> Así pues, la chica se vio obligada a cumplir las exigencias del rey, intentando reprimir las lágrimas tanto como podía, mientras el dolor desgarraba su cuerpo. Varios fatídicos encuentros más se sucedieron, Balgair la reclamaba mientras que el resto de doncellas eran paseadas por la capital junto al príncipe heredero y la pequeña princesa. Hasta que finalmente, aquella pantomima terminó y fue devuelta a su hogar. El soberano había prometido volver a llamarla, convertirla en su concubina, pero a su vez la había instado a guardar silencio. Su vientre abultado, con el paso de los meses, se hizo difícil de ocultar, y su hermano mayor, Henry Davenhall, acudió ante el rey para reclamarle sobre lo sucedido. Esfuércese, seguro que lo recuerda, ¿No? Fue algo muy sonado. El rey no sólo se burló del muchacho, sino que negó todo contacto con Serena, y afirmó que ella era una libidinosa que había pasado las dos semanas en el castillo copulando con la guardia y los sirvientes por mero vicio. ¿Quién podía osar a acusarle a él, al rey? Ni siquiera el Barón Davenhall se atrevió a ponerse del lado de su hija, todo por temor a perder su título, dejándola expuesta ante toda una corte acusatoria. El rey tachó de oportunista a Serena, y demandó que se restaurase el honor real mediante un duelo. Henry estaba dispuesto a morir defendiendo el honor de su hermana. Y así lo hizo.


>> El apellido había quedado ensuciado aún así. Un día, antes de dar a luz, Serena desapareció para dejar de causarle más pesar a su familia. Antes de terminar llevando esta vida, yo había sido muy cercana a ella, por eso, su partida me hizo trizas.


>> Mucho llovió desde entonces. Debo agradecerle a usted de alguna manera, ya que a pesar de que las circunstancias que me obligaron a ejercer en su lupanar, pude reencontrarme con ella aquí. Usted le brindó "acogimiento" y ella le dijo que había abortado en las calles, ¿Verdad? Ella ya no era ni una sombra de lo que había sido, pero algo le había impedido arrojarse al lago de las lágrimas. 


>> Supe que las otras chicas la ayudaban a mantener escondido y a salvo a su retoño en esta casa, oculto incluso de usted y de los otros guardianes que impedían que escapasemos. No fue fácil, los críos tienen sus necesidades, lloran, enferman, necesitan alimentación constante... Pero fue un trabajo de todas y lo sacamos adelante. Por desgracia Serena murió poco después de que la red se viniese abajo. Una neumonía se la llevó antes de la llegada de la primavera, y asumimos el papel de madre para él. Seguro que ya ha averiguado quien es.


Un traqueteo nervioso con el pie, indicó que la paciencia de Deoch estaba siendo colmada. Se irguió de pronto, dando la impresión de que no escucharía ni una sola palabra más de lo ocurrido, pero oportunamente se giró hacia Amberle tras haberse pasado una mano por el grasiento y descuidado cabello.


— ¿Y esto para qué me lo cuentas? ¿Qué quieres que haga? ¿Que le pida perdón a ese mocoso? Que se considere resarcido tras casi tirarme encima ese cubo de orines. Dicen que Rhovan, Gwaeth y Celeene ponen a cada uno en su lugar con el paso del tiempo, ¿No? Pues aquí me tienes. Ya no tengo nada.


— Que fea esa costumbre de no escuchar cuando alguien habla, Argyll —La dama negó con la cabeza, y cambió el cruce de sus piernas. No había terminado de hablar— Una disculpa no estaría mal, aunque sería insuficiente a todas luces. Lo que yo busco es la posibilidad de darle a Finn la vida que merece. Un burdel no es el mejor lugar para educar a un niño, aunque hagamos lo que podamos.Y también deseo honrar la memoria de Serena. Es tarde para hacerle pagar a Balgair lo que hizo, teniendo en cuenta que lleva ya unos cuantos años criando malvas, pero no para enmendar ciertos errores. Usted ha cometido varios, y paradógicamente, uno de ellos puede devolverle su estatus. ¿Cómo? Sabe bien que la madre de Finn decía la verdad, usted lo presenció.


— ¿Y? —Masculló entre dientes— Estamos hablando de un bastardo. Tenga sangre real o no, eso no cambia nada, ¿Crees que Yvaine me recibirá con los brazos abiertos si le llevo a un medio hermano? No, me echará a patadas. 


— Incorrecto. No es con Yvaine con quien debe tratar este asunto. No le estoy proponiendo que organice una reunión familiar. La sucesión real siempre recae en un hombre, por más que la ley Sálica fuese abolida para propiciar la coronación de la reina. El linaje de Yvaine muere con ella misma, como mujer no podrá tener un hijo que prosiga el apellido real, en cambio Finn es varón, y eso dará más solidez a su reinado aunque sólo sea un niño. Debe reconocerlo abiertamente como hijo del difunto rey y reclamar sus derechos como tal. Lleva toda su vida falseando documentos, ¿Qué más le da hacerlo ahora, cuando sabe perfectamente que será por un bien mayor? Además, no crea que es menos legítimo que Yvaine para el trono, ¿Acaso no recuerda los rumores cuando Asleigh quedó en cinta? Muchos señalaban a ese tal Jarlath como amante de la reina. Sí, Balgair declaró a la niña como suya, pero no deja de ser un sedal del que podamos tirar —Se dejó caer hacia atrás en el asiento— Sólo hay que esparcir unos cuantos rumores sobre la población y dejar que calen. Llevará tiempo, pero no demasiado. Preparar mentalmente a la capital, que no se deje de hablar de ello. El boca en boca hace mucho, y no es que la credibilidad de Yvaine sea precisamente sólida, sino más bien lo contrario. La nobleza se ha visto afectada, con Bothwell muerto y usted en el exilio, la iglesia se permite el tomar más decisiones al tener dos votos más. Esté más al tanto de los rumores, ¿No sabe lo que se cuece en Berista? Si presenta a Finn por todo lo alto como el hijo del rey, la nobleza volverá a recuperar su poder, y contará con el beneplácito del pueblo al brindar un nuevo monarca. Podrá encargarse de la toma de decisiones hasta su mayoría de edad.


La idea calaba, y pese a el cielo encapotado, Deoch volvía a ver brillante su futuro. Una sonrisa torcida y un asentimiento, indicó que había caído en las redes de aquella muchacha. Pero como buen comerciante, le gustaba dejar claros ciertos puntos:


— Imagino que algo querrás a cambio.


Ella se rió.


— Mi condición es que no me apartes del lado de Finn. Considero que es más que razonable y no quiero que lo arrebaten de mi lado. Además de eso, sí, tengo ciertas exigencias con respecto a la situación, entre ellas la consecución de ciertos niveles de igualdad entre hombres y mujeres, pero ya nos encargaremos de tratarlas más adelante. Me encargaré de que cumplas, Deoch de Argyll. No intentes traicionarme: Yo también sé jugar a este juego.


— La corte no es una casa de muñecas, Lady Amberle —La mano extendió hacia adelante, indicando que estaba más que dispuesto a cerrar el acuerdo.


— Entonces está a tiempo de retirarse si le da miedo participar, Argyll—Replicó ella, estrechando la diestra con la del aristócrata. Ejerció algo de fuerza al hacerlo, pues aquello suponía una tregua pero no el hecho de que hubiese olvidado que aún tenía asuntos que cobrarse contra el Duque. Todo a su tiempo— Haré lo que sea por Finn, incluso si eso implica derrocar a una reina.

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