
LA REINA MANCHADA DE SANGRE

NOTA Este autorol está escrito a modo de resumen, básicamente porque deseo que la trama avance sin tener que redactar algo que me resulte denso de leer hasta a mí. De este modo me ha sido más liviano y considero que se expresa bien el punto en el que se encuentra la trama.
Un pulso entre la corona y la iglesia
La Ley Secular, proyecto promulgado por Yvaine con apoyo de la mayoría de sus consejeros, fue la chispa que fracturó notoriamente los estamentos del reino.
Aristocracia y Clero ya no escondían sus diferencias en lo que se había convertido en un duelo, tanto militar como social, por imponer la voluntad de una de las facciones. Tras el cierre de la frontera con Berista, única salida y entrada del reino, así como la excomulgación de la reina, fueron las medidas de presión por parte del estado papal orientados a la abdicación o derrocamiento de la monarquía Ròsach. La economía no tardó en verse resentida, detenidas todas fluctuaciones de exportaciones e importaciones, así como el propio tránsito de personas que, por motivos variados, debían entrar y salir del valle.
Podría decirse que la Sacra Ciudad de Berista estaba "castigando" a Albain, presionando la exclusiva vía con los reinos aledaños.
Yvaine se sentía tan ahogada como su propia nación. ¿Había llegado a su límite? No, no podía poner la otra mejilla y actuaría en consecuencia con la clausura de Forgend y Redsmith, principales puntos de extracción de argyrion (de los pocos materiales que no sufrían bloqueo en la frontera). La Inquisición se movilizó, a su vez, para capturar otras localizaciones mineras, estas de interés para la economía del reino.
Un pulso en toda regla.
Si las menas de argyrion eran "secuestradas" por parte de la corona, ellos harían lo mismo. Los alcaldes y sheriffs (así como sus familias) de algunas de esas poblaciones donde todo giraba en torno a la extracción de materias primas de origen mineral fueron tomados como rehenes, bajo amenaza de ser ajusticiados públicamente si la reina no devolvía lo requisado. En realidad, la envergadura era mucho mayor: se decía que los inquisidores habían recibido órdenes mucho más extremas de reducir a cenizas los lugares si las demandas no eran atendidas.
Nadie culparía a la iglesia, sino a la negligente soberana que con arrogancia se atrevía a trasgredir los deseos de alguien tan santo como lo era el Sumo Pontífice: las palabras de un representante de la tríada en la tierra. Era Yvaine quién lo había iniciado todo, la prueba de que dejar el poder en manos corruptas suponía una condena para los inocentes, un daño que esa mujer impía podría haber evitado.
Las compañías libres
Más la albina pensaba resistir un poco más. No podía movilizar a todas las tropas para liberar los enclaves sitiados, ya que dejaría expuesta la capital, Brigann, así como los puntos más cercanos a la frontera. Albain nunca había sido una gran potencia militar, ni en sus mejores tiempos, y por eso mantener el grueso del ejército en los lugares más importantes era algo que no se discutía.
Tuvo que recurrir a medidas desesperadas, reconociendo las limitaciones a las que se enfrentaba, pidió ayuda a la mercenaria Discordia Applepeach para que se encargase de la titánica tarea de encontrar compañías libres que estuviesen dispuestas a luchar para liberar los lugares capturados, financiando sus sueldos con parte del dinero de las arcas reales.
Aún así, algunas aldeas fueron arrasadas por el fuego, cuando en mitad del conflicto, las órdenes del ejército inquisitorial eran las de quemar todo a su paso. El cielo se tiñó de rojo y las cenizas de algunos lugares llegaron hasta la propia capital.
No obstante, la intervención de los rebeldes (aquellos renegados que vivían como parias escondidos por su condición de poseedores del don, quienes fueron convencidos por Shaela) fue decisiva en la evacuación y extinción de los incendios, y muchas vidas e infraestructuras pudieron salvarse.
Yvaine, quien no podía actuar directamente contra el pontífice, ordenó ajusticiar a los capitanes supervivientes de las compañías inquisitoriales, que fueron colgados en el cadalso frente a la catedral, y declaró ilegal toda entidad que obedeciese al papado. Los obispos fueron obligados a permanecer bajo arresto domiciliario.

Eso recrudeció la situación. Algunos inquisidores escaparon y empezaron a hacer campaña por su cuenta en contra del tiránico régimen monárquico. Las calles no eran seguras, había temor y confusión ciudadana ante el hecho de que su principal organismo de fe recibiese ahora ese trato.
La figura de la reina empezó a tomar más importancia por sí misma, precisamente porque de cualquier cosa que saliese mal, ella sería la responsable y los demás podrían excusarse en cierta medida. Yvaine aprovecharía eso más tarde para blindar su propio poder.
El fin del bloqueo
En la frontera, las cosas no estaban mejor. El Sumo Pontífice tomó aquello como la mayor de las afrentas y envió todo el grueso militar de Berista a Albain. Por más compañías libres que ahora engrosasen el frágil ejército, sería fácil irrumpir en el valle y romper sus defensas. Durante varias semanas se recrudeció la lucha, que cual tapón, bloqueaba totalmente el reino blanco. Las aguas que arrastraba el cauce del Leibhèal hacia su desembocadura en Alerihan, eran rojas y contenían vestigios de la lucha que tenía lugar en el paso de las montañas. Los defensores poco podían hacer contra el ejército papal, pues se enfrentaban a su vez a deserciones en sus propias filas dada la poca moral militar así como ataques internos por parte de los soldados que habían escapado tras la disolución de las siete compañías inquisitoriales.
Fue en ese momento cuando la caballería de Andra, Alerihan y Albion llegaron desde el exterior a romper el bloqueo. Gracias a los trabajadores del "Estanque de las Libélulas", gestionado por el contrabandista Ethan, las peticiones traspasaron de estraperlo la frontera convulsa.
Cada milicia albergaba sus propias intenciones: Andra, intervino ya que Yvaine debería así un favor al mismisimo emperador; Alerihan, no porque apoyase de ninguna manera a Albain, sino porque como reino cercano que compartía la misma fe, podía verse amenazado por la influencia del Pontífice; y Albion, por mera simpatía de su gobernante hacia la reina blanca.
Las tropas del papado aceptaron, a regañadientes, replegarse antes de que más que ayuda, los ejércitos foráneos iniciasen una invasión empezando por Berista.
El Concilio de Nydaand
Se estableció el "Concilio de Nydaand", reunión realizada y presidida por la reina de Thacia, que como nación neutra en aquella lucha, se prestó a ejercer de embajadora entre ambas partes, corona albainen y religión beristana, para que negociasen la que posteriormente sería conocida como "La paz de cristal" y que daría a Evren el sobrenombre de "la conciliadora".
El concilio no estuvo exento de discusiones acaloradas, ya que se trataba de una reunión violenta e incómoda a todas luces, donde la presencia del anciano pontífice lucía aplastante y ominosa, y la reina de Albain parecía empequeñecerse a cada segundo, muy a pesar de que no cedió ante los comentarios afilados. Yvaine anunció que regresar a los términos anteriores no iba a ser posible bajo ningún precepto, pero su fe en los dioses le impedía expulsar por completo todo atisbo de religión en Albain y quería llegar a un acuerdo. El pontífice alegó que hacer tratos con una excomulgada era como negociar con una bruja.
Irónico.
No sería la única vez que Evren tuviese que intervenir entre ambos.
Se pactó la exclusión total de la Inquisición como elemento judicial, más el pontífice exigió que hubiese excepciones en aquellas ocasiones en las que las fuerzas de la autoridad requiriesen de su ayuda.
No habrían más detenciones compulsivas y se necesitaría algo más que una acusación de brujería para privar a alguien de su libertad y someterlo a torturas.
Los obispos ejercerían la religión como meros heraldos que transmitían la palabra divina, y se encargarían de labores sociales, pero se reduciría el número de prelados, demasiados en función de los habitantes. Debería promoverse la austeridad, pero en cambio, conservarían los monasterios y el resto de inmuebles que no hubiesen sido afectados con la ley secular.
Yvaine también deseaba que se ofreciese educación al pueblo en sus instalaciones (muy consciente de que aquello era un arma de doble filo), ante lo que el pontífice se negó en redondo. Tampoco anularía la excomulgación de la reina, ante lo que la albina alegó que, en ese caso, no necesitaría permiso de Berista para ejercer la religión de la terna, sugiriendo pues que estaba dispuesta a iniciar su propia rama dentro de la propia fé.
Tras arduas deliberaciones se llegó a un acuerdo, más Yvaine sabía que si el pontífice aceptaba era por presión popular y para mantener las apariencias... más posiblemente aquello no quedaría así.
La reina manchada de sangre
Ahora tenía lo más difícil por delante: reestructurar Albain, iniciar la tan ansiada reforma de las leyes civiles y penales, con el respaldo del rey Oriol de Alerihan, quién literalmente dijo a Yvaine que si le brindaba apoyo era para que "la iglesia aprenda su lugar en estos tiempos humanistas que corren, y no intenten trepar también a mi chepa".
Intentó imponer la educación básica, aunque la propia dejadez social y las duras condiciones de algunas personas no jugaría en su favor. ¿Quién, tras jornadas de trabajo de sol a sol, tendría fuerzas para asistir a clases? ¿Para qué? ¿Quién querría impartirlas?
Lo mismo sucedió con sus intentos de animar a las mujeres de participar en oficios atribuidos al género masculino, pese a haberlo iniciado con la investidura de Adrestia. El temor por el qué dirían, el no compartir aquel punto de vista, el sentir esas invitaciones demasiado atrevidas a nivel moral y religioso, frenaban que fuese una medida bien acogida. Algunos consideraban que la reina se había vuelto loca y que la iglesia tenía razón. Lady Amberle observaba intrigada el devenir de los acontecimientos, y aunque albergaba rencores personales, poco a poco cambiaba su postura.
Pero aquello no era todo.
Yvaine enmascaró sus propias intenciones de deslegalizar la magia como un agradecimiento e "indulto" hacia los rebeldes, debido a su intervención en la recuperación de los poblados. Era el único modo social que tenía de hacerlo sin que el choque fuese brusco, aunque iba a resultarlo de todos modos.
No fue una decisión bien acogida, ya que algunos estimaban que era ser demasiado generosos con quienes suponían una amenaza para la sociedad, y otros no entendían por qué debían recibir el perdón sólo por haber nacido.
En un intento de querer brindar seguridad ciudadana, meses después de lo acaecido, Yvaine inauguró los "Registros de Draíochta". Su intención era que todo usuario de cualquier tipo de magia, hechicería o arte mística se inscribiese en el mismo, a fin de que demostrasen abiertamente que no eran un peligro, y se les serían reconocidos los mismos derechos y deberes que al resto de ciudadanos. Las opiniones al respecto fueron también controvertidas. No se podían anular siglos y siglos de odio, desconfianza y miedo. Muchos habitantes del reino, fuese por educación, creencias religiosas o simple predisposición natural, no aceptaban a los poseedores del don como humanos. También empezó a crecer el rumor de que la reina había ideado todo aquello hacía tiempo, y que buscaba congraciarse con los brujos para armarse un ejército imparable. Así pues, aunque había magos dispuestos a firmar, surgieron los que consideraban que aquello sólo serviría para generar segregación y señalarlos aún más, como si fuesen ganado. O peor, hacerlos visibles para convertirlos en objetos de linchamiento social.

La propia Yvaine, intentando ganarse la confianza de su dividido pueblo, fue la primera en dar un paso adelante y firmar. Un corte en su mano hizo que una pluma de sangre se materializase en la misma, con la cual plasmó su rúbrica sobre el libro en blanco,, para sorpresa de muchos. Exponía así su naturaleza y el secreto mayor guardado de su vida, desnudándose metafóricamente ante sus súbditos.
Algunos envalentonados hicieron lo mismo, pero la gran mayoría permaneció en silencio, todavía mas recelosos ante la revelación. Y era comprensible, en realidad no merecía ni el más mínimo atisbo de confianza, debido a la hipocresía que había marcado toda su vida. Debía ganarse al pueblo, y esa iba a ser la tarea más difícil de su reinado.
Desde ese día, muchos empezaron a apodar a Yvaine como "la reina manchada de sangre", por la forma en la que el líquido carmín había goteado desde su diestra hasta su impoluto vestido blanco. Parecía diferente, más sólo era la máscara que se había permitido perfeccionar mientras sentía que moría por dentro y que sus fuerzas flaqueaban.
Era la reina, ella había logrado todo aquello, y en base a eso, declaró que también habría una reorganización del Consejo.
Los libros de draíochta
Si bien la contienda había quedado sofocada, algo semejante sólo podía causar resentimiento, arraigado en los rincones más oscuros de los corazones de la gente.
Había magos que consideraban injusto que los tratasen como "iguales" de boquilla, con una palmada en la espalda como si el repudio y las persecuciones generacionales pudiesen ser perdonadas fácilmente. Ellos merecían mucho más.
Había humanos, los mas religiosos e intransigentes, que se negaban en redondo a aquella locura de la reina, y ansiaban tomarse la justicia por su mano, quién sabe si instigados por susurros y ecos de las posturas más radicales de la iglesia, o por reticencia a ese repentino cambio.
También había que agregar a la ecuación a los no humanos, no regulados en ningún registro, pero ahora legales. Grande fue la sorpresa al descubrir que muchos vecinos eran magos o seres diferentes camuflados. El odio ganaba cada vez más fuerza.
Una de las copias de los libros de draíochta desapareció, y empezaron a aparecer muertos o mutilados aquellos cuyos nombres estaban en él... principalmente personas humildes y de bajo rango. No se sabía quién estaba detrás de los ataques, y eso avivó el resentimiento y la tensión social imperante tras un cambio que no había poseído apenas transición.
Se estableció un toque de queda en las calles, pues una nueva época de oscuridad se cernía sobre un debilitado Albain, que en todos los aspectos adolecía, ya fuese por hambre o miedo.
La guerra no había marcado el fin, sino el inicio.