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La ley de la reina

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Temblaba pero no era de frío, muy a pesar de que las volutas de vapor se condensaban como si fuesen rocío matutino. Las mejillas se entreveían rojas, contrastando contra la piel pálida que asomaba por encima del cuello, revestido por blanco pelo de armiño. Debajo de la capa, sus manos revestidas por el encaje de los guantes, sujetaban un fajo de documentos, atados pulcramente con un lazo de color rojo. Rojo como la sangre.

 

Una de las tres copias que había hecho del mismo proyecto, escritas de su puño y letra hasta que la mano le había dolido, sus dedos se habían encallecido, y había memorizado todas y cada una de las palabras, letra a letra. Aquel no era el original, que estaba a buen recaudo custodiado por Rihannon, ni tampoco la tercera, que harta de trascribir en los últimos pliegos, su escritura se había tornado abstracta aunque legible. La segunda, igual de valiosa que todas las demás, revisada a conciencia. Su primer edicto, redactado de su puño y letra, volcando todos los conocimientos que a marchas forzadas había intentado asimilar¹.

 

No había trabajado tanto en toda su vida, y no sabía si sentirse orgullosa del fruto de su esfuerzo, o considerar que era su propia sentencia de muerte. La ley de secularización, un proyecto en el cual había empezado a trabajar tras encontrar algunos borradores de su difunto hermano².

 

Dos años atrás, su vida había cambiado. Aún recordaba vívidamente aquel día, donde los papeles que reposaban sobre el escritorio del rey habían terminado empapados por un charco carmesí que diluía la estilizada caligrafía de su hermano en su propia sangre, reflejada en su mirada vacía y exenta de vida. Ese momento duro aún perduraba, pese a que ya hubiese superado la pérdida, y esta se sintiese como una extremidad amputada, fantasmagórica, algo que faltaba y que siempre echaría de menos aunque ya no sintiese el lacerante dolor.

 

Y ahora ella también tenía entre sus manos algo que podía cambiarlo todo, para bien o para mal, o no cambiar absolutamente nada. El destino, de existir, era caprichoso.

 

Yvaine dio un paso hacia adelante, terminando de pasar por el umbral del carruaje, y sus pequeños tacones resonaron al ascender por la escalinata del palacete del Marqués de Mabillard, con los mayordomos abriendo las puertas y dándole la bienvenida desde la vanguardia, mientras que su retaguardia era cubierta por tres caballeros de la orden del manzano.

La mansión del Marqués era de los edificios más elegantes de toda la capital, derrochando en cada rincón la opulencia y poder de su dueño, nada tenía que envidiar al castillo en lo que a buen gusto se refería. 

 

— Majestad —el individuo de cabello rubio y ondulado tomó la mano de la soberana, atesorándola entre las suyas para después depositar repetidos besos en su dorso—, envié las notificaciones, tal y como me pidió, y los invitados ya aguardan en la sala, aunque, ¿A qué se debe tanto misterio?

 

La albina retiró su diestra todo lo diplomáticamente que pudo, y trató de no reaccionar al penetrante perfume de Mabillard.

 

— P-prefiero discutirlo en presencia de todos, si no es molestia. E-es un asunto trascendente, no amerita hablar de él en los pasillos  —si no confiaba en que las paredes del castillo no tuviesen oídos pese a ser ese "su terreno", menos aún en lo que respectaba al hogar del Marqués.

 

El aristócrata arqueó una ceja, dejando entrever la sorpresa en sus facciones, pero luego asintió, con una sonrisa cómplice en su piel empolvada. Claramente el hecho de albergar una reunión en su hogar, ponía de manifiesto su importancia en el reino y para con la corona, aunque... cierto asunto lo escamaba. ¿Pero quién era él para rechazar las intrigas cortesanas? Al contrario, Mabillard gustaba de enterarse de todo, y pronto contaría con una primicia privilegiada. 

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El sonido que había en la sala, cuando Reuben giró el pomo, cesó rápidamente al verse interrumpido por la intromisión. Debían haber sido Lady Sarah y Sir Thomas Berwick, quienes miraron perplejos a la puerta. Mientras tanto, el joven conde Ewan, que estaba apoyado junto a la chimenea, se giró con lentitud. El Lord-Protector, en cambio, permanecía apartado del resto y con una visible mueca de disgusto bajo su tupido bigote castaño. Tras un breve intercambio de reverencias y saludos de rigor, Yv tomó asiento en una de las sillas que rodeaban la larga mesa de roble, a expensas de que el resto de nobles hiciese lo mismo. Yvaine carraspeó con una mano en la garganta, y seguía estando helada pese a las agradables brasas de la lumbre.

 

— Reunirnos fuera de la sala del Consejo no es lo habitual, pero este es un encuentro urgente y extraoficial —explicó la chica. Sus piernas temblaban bajo la mesa, agitación que se notaba desde fuera, y disimuladamente tuvo que pellizcarse para llamar a la calma.

 

Era la segunda vez en dos años de reinado que ella misma realizaba una convocatoria y no al revés, donde siempre ejercía de mera espectadora. Y la primera en la cual dejaba completamente a un lado los intereses de la iglesia, quienes no encontraban representante alguno en aquella mesa. Aquello sólo atañía a la nobleza de Albain.

Todos parecían expectantes, y eso la volvía más ansiosa aún. ¿Y sí se equivocaba al hablar? ¿Y si decía algo que no debía? ¿Y si se quedaba en blanco?

 

— ¿Tienes esto algo que ver con los afiches³? —inquirió Ewan Buccleuch con una ceja enarcada, rompiendo el repentino silencio. Parecía especialmente interesado.

 

— Gracias por su interés, pero no —ese espinoso punto la enojaba, no porque su legitimidad fuese puesta en entredicho, sino por mera frustración.

 

No entendía el por qué esa parte del pasado estaba siendo removida ni quien estaba detrás de todos los carteles con los que alguien había decidido empapelar el reino, aunque sí que era consciente de que la finalidad debía ser el desacreditarla, pero, ¿Para qué? Miró a los presentes uno por uno, preguntándose si alguno tendría algo que ver, pero aparentemente no veía ninguna razón, salvo, tal vez, la humillación que había sufrido el Lord-Protector. Aún así no podía ser. Esos cuchicheos llevaban escuchándose desde hacía meses, pero unos días atrás habían estallado con aquellos panfletos mezquinos. Yvaine había ordenado que todos fuesen destruidos, pero ya era bastante tarde. Darles importancia era reconocer que su legitimidad podía ser puesta en entredicho.

 

— No os he convocado para hablar de presuntos escarceos amorosos que pretenden ensuciar la reputación de mi difunta madre, ni tampoco la mía. E-esta no es una reunión para intercambiar cuchicheos y escándalos, sino para tratar asuntos de relevancia para el reino. S-sí tan interesado en en ese tipo de charlas y rumores, le invitaré a la próxima reunión del té que organice con las otras damas de la corte, Conde.

 

Lejos de molestarse, el aristócrata soltó una carcajada. 

 

— Disculpe mi interés morboso, majestad.  Siendo la comidilla estos días, no he podido evitar preguntar —puede que se debiese a que sus orígenes solían ser puestos en entredicho también, ya que se decía que él era un bastardo que había comprado el silencio sobre sus orígenes con la herencia de su padre. Desde la última reunión, el huraño Ewan Buccleuch parecía mucho más receptivo. Puede que también se debiese a la ausencia de representantes del clero en aquella sala, pues la relación entre este y los portavoces de la tríada no era precisamente buena—. No pretendía ofenderla. Por favor, prosiga.

 

Yv asintió, restando como pudo importancia al asunto. Las interrupciones la ponían nerviosa pues perdía el hilo de sus pensamientos y se obligaba a sí misma a encontrarlo de nuevo, tanteando a ciegas en el mar tempestuoso que era su mente. Qué complicado era todo, tanto estrés, tanta presión, tantas cosas que tener en cuenta. ¿Cómo era que Cailean no había perdido la cabeza en su día? Para estar al mando se requería talento, dotes de liderazgo y predisposición natural, e Yvaine carecía de todas esas cosas.

 

— La cuestión que nos atañe hoy nada tiene que ver con chismorreos y trivialidades, sino con el pasado, el presente y el futuro de Albain —indicaba ya los derroteros en los que pretendía aventurarse, por lo que prefirió no mirar fijamente a ninguno de los presentes.

 

 

Eludir el contacto visual hacía todo mucho más sencillo, evitaba distraerse y sucumbir a los nervios que estaban a flor de piel, aunque no podía dejar de sentir los cinco pares de ojos clavados en ella. Quizás los presentes podían llegar a pensar que quería hablar de leyes más inclusivas, aunque no era el caso. No aún. No contaba ni con una pequeña fracción del cariño del pueblo del que había gozado Cailean, y aún así, este ya había sido olvidado. Intentar lo mismo que él era el equivalente a anunciar la muerte de su breve reinado y de ella misma. Sus pasos debían ser más precisos, sus movimientos, certeros, como los de una grácil bailarina, o como los de un cirujano: una tarea harto compleja para alguien torpe y ruidosa como lo era Yvaine. Y aún así, sabía que estaba apuntando demasiado alto con sus intenciones.

 

— Nuestro bello reino alberga tras de sí una larga historia que se ha ido contando generación tras generación —y adulterando en muchos casos—. Albain fue fundado hace ya más de setecientos años, y a lo largo de este tiempo se han sucedido un sin fin de conflictos, trenzados con tiempos de paz inciertos. Pero no podemos olvidar los orígenes, el valle fue el lugar elegido por nuestros antepasados para asentarse, y fueron los primeros siglos cruciales. La paz se truncó cuando, según dicta la historia, los moradores del valle atacaron a los hombres y los masacraron, y tal fue la desolación que los ríos arrastraban sangre, la comida escaseaba, y también lo que llevó a la santa Ducille a dar de beber a sus hijos con sus lágrimas.

 

— ¿Enserio llama moradores a esas bestias? —interrumpió el Lord-Protector con un bufido sardónico.

 

— Este no es un debate sino una introducción, Lord-Protector, así que le pido que escuche —bufó Yvaine, temblando como un pudding sobre un platillo, viendo como la cuchara se acercaba hacia su superficie para clavarse en ella.

 

La madre superiora Selene le había contado una historia diferente al respecto, pero Yvaine se apegó a lo que los textos antiguos y la tradición oral relataban de aquella época incierta.

 

— En aquellos tiempos aciagos, los sacerdotes del que fuese un pequeño culto contribuyeron a establecer la unidad entre las buenas gentes de Albain para combatir al enemigo, y les fue recompensado con creces. ¿No fue así? Tierras fueron cedidas en uso y disfrute para la construcción de templos en honor a la tríada, en los cuales la población más desfavorecida pudiese acudir para recibir recursos de caridad, además de para escuchar los sermones y formar en diferentes seminarios a los nuevos adeptos. También se ofreció un brazo armado para que pudiesen defender mejor los intereses poblacionales en nombre de la santísima tríada, mérito que nadie restará a nuestra amada institución.

 

Un porte más serio adoptó, aunque sus pupilas no se clavaban en ningún punto concreto del frente. Mirarse las manos no era una opción, pues su flaqueza quedaría más expuesta.

 

— Eso no es nada que no sepamos, majestad —Berwick se atrevió a hablar con una sonrisa cálida en su rostro, empleando ese tono indolente dedicado a un niño que recalca una obviedad.

 

— Lo sé. Sin embargo estuve revisando la legislación brigantina, así como ciertas anotaciones de mis predecesores —de su hermano, para ser más exacta. No pudo evitar que sus manos tamborileasen sobre la mesa, y con la contraria la presionó  en pos de sosiego— y según el edicto de Agravaine II, este derecho de usufructo se mantendría inalterable siempre y cuando la institución lo necesitase para salvaguardar la fe en el reino y no entorpeciese las necesidades de este. No obstante, siglos han transcurrido, y la iglesia es, por sí misma, capaz de sustentarse gracias a los diezmos y otros impuestos eclesiásticos; cultivan tierras que les fueron cedidas, de las cuales también obtienen ganancias a base de la venta de sus productos; y además, la corona ha financiado alguna que otra vez obras de restauración de la santísima catedral u otros elementos religiosos en honor a la tríada.

 

 

Caer en la trampa de buscar en las expresiones de la nobleza, ya fuese aceptación o rechazo, sería un error fatal. Ya había comenzado: tenía que seguir. Alguien quiso interrumpirla, levantó la mano para que la dejase hablar.

 

 

— Actualmente hay entre de tres o cuatro templos por distrito en la capital, muchos más de los que la población civil necesita para profesar la fe, tan arraigada en nuestros corazones. S-señores, seré franca. Como buena feligresa, acudo todos los domingos a la catedral a escuchar las enseñanzas desde que era pequeña, hago las pertinentes ofrendas y realizo donaciones de rigor —si los dioses la escuchasen, ¿Qué pensarían? Aquello era cierto, más dejaba en el tintero ciertas cosas que contravenían las sagradas escrituras, convirtiéndola en una hereje sin redención— P-pero esto no se trata de creer o no creer, la relevancia del tema que nos atañe posee una relevancia social que debe ser separada de la espiritual.

 

— ¿Mi reina? —Mabillard ostentaba una mueca cauta en la faz, como si Yvaine acabase de hacer brujería allí mismo. Pero ella no había terminado, aún quedaba que hiciese su magia, no en el estricto sentido de aquella expresión.

 

— ¿No creéis que el pontífice tendrá algo que decir sobre esto, majestad? —intervino el Lord-Protector.

 

 

Su bigote y su barba castaña camuflaba la tensión en su boca y su mandíbula. Como uno de los miembros más conservadores, siempre era de los primeros en imponer alguna queja. Aquel hombre llevaba en el cargo lo suficiente como para haber conocido a tres reyes de la casa Ròsach, y su paciencia parecía haberse agotado con el paso del tiempo. No en vano era, de los presentes, el que más se apegaba a las costumbres.

 

 

— ¿Por eso no habéis hecho llamar a los representantes del clero? —audaz fue la acusación, y bastante acertada. Era obvio, acababa de colocarle el cartel de conspiradora sin ni siquiera señalar directamente la evidencia. Pero ellos habían hecho lo mismo contra su hermano, y ahí estaban tan tranquilos sentados junto a ella. 

 

El clero y la aristocracia verían crecer entre ambos ese abismo que había empezado como una grieta tras la ejecución del pintor y el período de enclaustramiento de la reina. En mitad de la lucha de poder, Yvaine buscaría ventaja para hacerse notar, para conseguir definitivamente que la nobleza fuese una extensión de la realeza y no al revés. Y para ello debía recurrir al lenguaje que todo el mundo hablaba: El dinero. Todo se resumía a eso, aunque había estudiado las posibilidades exhaustivamente, el proyecto inacabado de Cailean, y aquello también supondría una ventaja para el reino.

 

"Por favor, donde quiera que estés, deseo que estés orgulloso de mí. Dame fuerzas."

 

— Si considerase que su santidad tiene algo que aportar habría solicitado su presencia —no, no quería tener que cruzar una mirada con ese hombre. Agradecida estaba a la tríada de que hubiese postergado su visita a Brigann para entender asuntos más urgentes en Berista—, pero Albain no fue fundada por la iglesia, sino por el primer rey de la casa Deilarin. El dominio del reino corresponde a la monarquía, ya sea por derecho de conquista, sucesión o elección entre las castas nobles. Como ya he dicho, l-las leyes que hoy quiero abordar nada tienen que ver con lo divino, sino con aspectos más prácticos. 

 

Llegado el momento, tomó el fajo de papeles y se lo acercó a Mabillard, asentado a su derecha, dándole las indicaciones de que lo fuese pasando entre los presentes una vez lo hubiese ojeado. ¿Era esa la sensación de vértigo de estar al borde de un precipicio? Su estómago se sentía revuelto y el picor en su nuca se volvió insoportable, pero el porte debía ser mantenido, como quien tiene bajo control una situación que realmente no lo está. El brillo de sus ojos era el que la delataba, Sarah, la única en la que posó su mirada el tiempo suficiente, podría notarlo.

 

— No pretendo faltar al respeto a la iglesia, sino realizar una revisión de los intereses de Albain como nación, así como un mejor aprovechamiento de la tierra. La fe no necesita tantos templos, ni donaciones por parte de la corona, ni tantas tierras cuyo desaprovechamiento afecta negativamente a Albain. Mi propuesta consiste en modular el flujo de rosas de las arcas reales destinadas a la santa orden hasta establecer un mínimo asequible, también el cese del derecho de uso y disfrute de los terrenos que fueron cedidos hace siglos ya que este puede considerarse expirado en pos de las necesidades del reino —su voz sonaba lejana, extraña, como si no le perteneciese, pero prosiguió.

 

>> Por supuesto tengo planes para dichas tierras. Se cederán con la condición de trabajarlas y ceder una parte de las ganancias a la corona, un pequeño arrendamiento; y aunque pienso en la burguesía dará un buen uso a estas concesiones, la nobleza contará con muchos más privilegios a la hora de poder acceder a ellas, claro está, no en vano las casas nobles contribuyeron en la fundación del reino y merecen un trato preferente. Así se obtendrán beneficios directos para el reino y su posesión no se estancará en manos muertas. Además de convertirse en una fuente de ganancias, brindarán puestos de trabajo que potenciarán la economía interior un poco más. Albain es un reino pequeño, pero está lleno de recursos que no han sido aprovechados debidamente. Hay todo un valle de posibilidades y un río para fomentar el comercio con naciones más allá de los reinos vecinos. No podemos basar la economía del reino en la austeridad, privándonos de las riquezas que brindaría una apertura más amplia al resto del mundo. 

Alzando la mano para hablar, el conde intervino:

 

— Seamos francos, el clero posee demasiados representantes en el consejo, más de los que hablan por la nobleza. Sé que no soy el único que lo ve, y alcanzar un consenso equitativo no es posible, y menos si la otra mitad no son más que un atajo de mojigatos. Al contrario que en Albain, las decisiones de la corona de Alerihan no están condicionadas a las de la iglesia. Dicen es porque la brisa del mar refresca las ideas, y que la belleza se impone a la religión, en lo que al arte se refiere.

 

 

Jocoso, el joven aristócrata elevó una ceja. Yvaine sabía que a pesar de que compartiesen religión, no eran dos reinos comparables. Aunque la cultura de ambos había nacido en la misma cuna, la evolución y la historia de cada uno había trascendido en caminos diferentes: mientras que ser un reino bañado en casi su totalidad por el mar y con influyentes puertos comerciales había hecho de Alerihan una nación mucho más flexible, en Albain la cordillera de los mil guardianes y su único acceso acceso al valle ejercían como el cuello de una botella, siendo limitada la influencia exterior.

 

— Y todo hay que decirlo, las arcas reales del rey Oriol, e incluso la riqueza general de sus gentes es mucho más notoria gracias al comercio marítimo. ¿No hubo una época en la que el papa Quintus amenazó con excomulgarlo si no cesaba en sus planes de comercio con la región de Vanrevia? Tierra de herejes, decía, y que sentiría el peso de la ira de los dioses por tal osadía. Aunque las amenazas importaron bien poco al monarca, pero sí que experimentó el peso, el del oro en sus bolsillos —los brazos llevó detrás de su cabeza, adoptando una postura desenfadada en el asiento, y poco correcta a decir verdad.

 

— En Alerihan poseen fama de libertinos, no son un buen ejemplo para defender semejante disparate. No alentéis a la reina en sus desvaríos, Buccleuch. Inadmisible... —irrumpió el mayor de los nobles—. Completamente inadmisible. Dilapidar bienes poniéndolos en manos de plebeyos es el equivalente a elevar a esa chusma al nivel de la nobleza.

 

 

El Lord-Protector no parecía complacido en absoluto con la idea, un claro atentado contra siglos de tradición, cuyos avances podían usar como unidad de medición el tamaño una hormiga. Si algo funciona, ¿Para qué cambiar? Las ideas progresistas sólo traían problemas. Lo peor de todo era que Yv también había albergado un pensamiento similar, criada entre frivolidad y algodones, encorsetada en los límites marcados. Henry de Badenaoch, el Lord-Protector, ostentaba su título más allá de las connotaciones prácticas, decidido a preservar tradiciones y a mostrar desdén hacia el cambio.

 

 

— ¿Permitiremos que desposen a nuestras hijas? ¿O les brindaremos la posibilidad de comprar nuestros títulos? Las clases bajas no saben gobernarse, necesitan que alguien lo haga por ellos. Al igual que las mujeres, que con la mínima pizca de poder parecen olvidar su lugar y se dejan llevar por cosas que escapan a su entendimiento —culminó justo cuando el dossier llegó a su poder. Ni siquiera se molestó en echarle un vistazo, y parecía causarle la misma indiferencia que una alimaña estrujada contra el pavimento. 

 

— H-he estado estudiando con bastante ahínco las leyes —apenas audible salió la voz de Yv, quien sintió que se venía abajo a una velocidad absurdamente rápida. 

 

— Alteza, por favor, no sea ridícula. El Consejo existe, precisamente, para asesorar a la monarquía. Quizás fuimos demasiado indulgentes al no confinarla indefinidamente en un convento después del escándalo con ese artista de pacotilla, pues a la vista está su inestabilidad. Aunque el problema puede que no sea ese, sino la cuestionable decisión de permitirle heredar el trono de su hermano. Deje de jugar con fuego, ya conoce el resultado —una amenaza, a todas luces lo era. 

 

Henry de Badenaoch no dudó en arrojar el borrador a la chimenea, donde el papel recibió el abrazo de las llamas, que quemaban las palabras y las transformaban en ceniza. 

 

Mabillard exclamó escandalizado el nombre del aristócrata, Buccleuch bufó despectivamente, Berwick se secó por enésima vez el sudor de la frente y Sarah negó con la testa. Yv se levantó abruptamente del asiento, dejando caer la silla, y un grito mudo fue sustituido por el crepitar de un fuego hambriento. Aunque su intención inicial fue correr hacia la lumbre, sólo pudo apretar los puños sobre la mesa, mucho más blancos debido a la presión que ejercía. Sus iris azules estaban rodeados por la retina, enrojecida y brillante, esa señal inequívoca de que deseaba encerrarse a llorar en sus aposentos, de que para jugar a ser reina había que poseer una fortaleza que no estaba al alcance de cualquiera, de que ni siquiera se le había dado la oportunidad de juzgar debidamente su trabajo. 

 

Sorbió por la nariz, ¿No se había propuesto mostrar autoridad? No la aceptarían jamás si le daba a Badenaoch lo que deseaba: una mocosa llorando ante la actitud intransigente de un mayor, una mujer que no estaba hecha para un mundo de hombres y que debía hacerse a un lado. Ninguno de sus tímidos esfuerzos o proposiciones para la administración del reino o sus recursos había prosperado, y sin embargo los edictos firmados, las decisiones ajenas a ella, seguían tomándose en su nombre. ¿De qué servía ser sólo la cabeza visible si sus movimientos no le pertenecían? El proyecto de saneamiento que tanto le había costado formular también había terminado desechado casi de inmediato cuando la obligaron a recluirse, como si fuesen los desvaríos de una niñita veleidosa.

 

Sus tenues esfuerzos titilaban como la débil llama de una vela, y cualquier intento por brillar por encima del abrasador calor de las lumbres era sofocado. Lo odiaba, lo odiaba todo. Odiaba a aquel reino tan ingrato por el cual su hermano había muerto. Odiaba los antiguos edictos que volvían a Albain hermético en su carácter, más allá del aislamiento propio que brindaba la cordillera. Odiaba haber permitido que su carácter fuese moldeado y su autoestima menoscabada por las imposiciones que conllevaban el nacer mujer en un lugar tan desagradable como aquel. Había albergado ese sentimiento de inutilidad, de ser diminuta, frágil, estúpida e insignificante tanto tiempo que lo había convertido en su realidad sin darse la oportunidad de ver mucho más allá de ello.

 

Ella era la reina, podían quitarla del trono tan fácil como la habían colocado ahí, pero eso no quitaba el hecho de que suya era la representación del poder en Albain, ya fuese para bien o para mal.

 

El aire llenó sus pulmones con una inspiración larga, hasta que sintió la punzada cuando estos estuvieron al máximo. Cuando volviese a hablar, no podría hacerlo con la voz quebrada: debía ser contundente, no titubear, no desfallecer. Debía sonar como que podía hacerlo, de lo contrario, su incapacidad se materializaría sin redención. 

 

 

— Se ha extralimitado, Lord-Protector —había quemado semanas... no, meses de trabajo, con un gesto de la mano. Efímero era el fruto, pero no la cólera y la frustración que laceraban sus entrañas—. Estoy de acuerdo en que el Consejo existe para asesorar a la monarquía, pero la última palabra pertenece al rey, quién puede o no escuchar las sugerencias. Una lástima que Cailean nos dejase antes de poder proyectar sus reformas y otros documentos sobre la administración del reino.

 

La destitución o el exilio de importantes cargos vinculados a las altas esferas del reino. El rojo que revestía su mirada ahora obedecía más a la rabia que al deseo de deshacerse en lágrimas, pero no apartaría la mirada esta vez, apenas se permitiría un parpadeo. Quería que el Lord-Protector la mirase a los ojos en todo momento, quería que viese que estaba cansada de ser pisoteada, y que por más peligro que pudiese correr su vida, no se iría sin tener la última palabra.

 

— Pero estoy segura de que la tríada lo ha acogido en toda su gloria. Supongo que en mi caso, la gestión ha dependido casi en su totalidad al Consejo debido a mi género, pero no quiero que eso induzca a error. No soy estúpida ni tampoco estoy loca, he hecho mis deberes y seguiré haciéndolo, en eso consiste estar al mando, y comienza por tomar medidas que beneficien al reino. Mi título me respalda, mi sangre me legitima, no tengo menos valor que mi hermano, ya soy adulta y no necesito imposiciones, sólo consejo por vuestra parte, como el propio nombre de esta organización así lo indica. No se confunda, Lord-Protector, no estoy pidiendo su permiso, solo informando de la decisión que he tomado y que pienso ejecutar con o sin su beneplácito, aunque naturalmente valoraré la opinión de los presentes. 

 

Un sonido firme y contundente reclamó su atención. El Conde Buccleuch aplaudía lentamente mientras que su boca mostraba una sonrisa criptica. Yvaine no supo si lo hacía por contradecir al Lord-Protector, por ambición económica o por sinceridad, aunque posiblemente se debía a lo segundo.

 

— Considéreme interesado en la adquisición de algunos terrenos una vez la lista de los mismos sea publicada oficialmente, majestad. ¿Qué puedo decir? No me gusta ver un terreno desaprovechado, y recientemente tenía pensado ampliar mis horizontes mercantes, tal vez abriendo una manufactura propia. ¿Afecta en algo a las minas de argyrion, por algún casual?

 

— Por desgracia, estas sí fueron un regalo, por lo que por el momento su propiedad está blindada, pero no el de los terrenos y las parcelas de cultivo —respondió Yv, quien no pasó por alto el interés del Duque Buccleuch de hacerse con alguno de esos preciados yacimientos. Controlar minas de oro y minas de argyrion lo convertiría en uno de los hombres más poderosos del reino. 

 

Sarah carraspeó para hacerse notar.

 

— Me gustaría repasar el proyecto de una forma más exhaustiva, alteza. Apenas he tenido tiempo de leerlo cuando nuestro bienhallado Badenaoch lo ha dejado caer sin querer a las llamas. No se preocupe, mi señor, un descuido lo tiene cualquiera. Aunque debería sopesar la jubilación, quien sabe si su falta de coordinación pueda jugarle una mala pasada mientras baja las escaleras —sus carmines, del mismo color de su cabello, curvaban una media luna carismática y ladina. El susodicho comenzó a articular la palabra "ramera", que fue cortada por Sarah al retomar su discurso—. Quisiera que mi prometido pudiese echarle un vistazo, aunque hablo en su nombre al afirmar que estáis muy verde, reina Yvaine, y que he atisbado algunos errores que gustosa le ayudaré a subsanar. El Conde estará encantado de apostar por el avance y adquirir la concesión de algunas tierras para su mejor aprovechamiento.

 

Yvaine sabía que aquella ambiciosa mujer no representaba los intereses de su prometido, sino los suyos propios, pero no le importaba. Todos los reunidos allí actuarían por motivos egoístas, y ni siquiera Yvaine estaba exenta de ello. Sólo quedaban dos más: el Marqués de Mabillard y Lord Thomas Berwick. Impaciente clavó en ellos la mirada, ansiosa por una respuesta positiva. Aún podían negarse, aún podían informar al clero antes de tiempo y sofocar aquel intento de insurrección por parte de la albina. El Marqués fue el primero en hablar.

 

— Hemos visto decaer la gloria de la nobleza en los últimos años, una verdadera tragedia, y parafraseando al joven Conde, debo admitir que es cierto que nuestras decisiones en la sala del Consejo carecen del peso del que gozan las pertenecientes al clero como mayoría. El peso de todo el valle debe ser llevado por aquellos que nacieron para ello, ¿No es así? Tampoco incurre en ningún pecado recuperar esas tierras que la iglesia ya no necesita, a fin de cuenta la ley es la ley, y como tal, debe ser acatada, ¿No es así, mi reina? ¿En qué mejores manos va a estar Albain que en la de sus propios hijos? Podéis contar con mi beneplácito para impulsar esta...

 

— Ley de secularización —se animó Yv a responder. 

 

— Supongo que no tengo nada que objetar —arguyó Berwick, quien apenas se había hecho notar durante toda la reunión, y parecía más bien un alga que era arrastrada por la marea.

 

La madera rozando sobre el suelo obligó a centrar la atención de nuevo en el Lord-Protector, quien había empezado a incorporarse antes de que el último aristócrata terminase de brindar su acuerdo en aquella furtiva reunión. Sus ojos oscuros barrieron la sala, escudriñando a todos los participantes y juzgándolos en silencio.

 

— No formaré parte de esta pantomima. La decadencia de esta facción me repugna, prostituyendo su regio estatus por los caprichos de una presunta bastarda. No digáis que no os lo advertí —fue su despedida, abriendo por sí mismo la puerta y cerrando de un portazo. El silencio alojado distaba de ser esa sutil ausencia de sonido que se atribuía a los ángeles al pasar. La tensión parecía prolongar la vibración del golpe que había dado Badenaoch al salir.

 

— Recapacitará, no se preocupe por eso, majestad —animó Mabillard, dando una palmada para restar hierro al asunto, como si aquello fuese verdaderamente una reunión del té que se había terminado acalorando. Yvaine sabía que esa posibilidad estaba completamente descartada y que podía considerar tranquilamente al Lord-Protector un enemigo. Quizás, más que su rechazo al proyecto ley, lo que más la había abrumado era el hecho que remarcase esos orígenes que le atribuían los rumores. De una de las cómodas, el Marqués sacó una botella de sidra, tan dorada como el sol de verano, y fue sirviendo copas a los presentes—. Cosecha del año de vuestra coronación, ¿No es una maravillosa casualidad? Dicen que está exquisita. Brindemos, por favor, por un nuevo futuro para el reino.

 

— Y por el oro —remarcó el Conde esbozando una sonrisa sardónica.

 

— ¡Por un nuevo futuro para el reino! —clamaron al unísono antes de beber. 

 

Y pese a ser consciente de su dulzor, a Yvaine no pudo resultarle más amarga, como los tiempos que se avecinaban. Aquel había sido su primer movimiento como soberana, y ahora comenzaba la verdadera prueba de su reinado.

Notas:

¹ Se corresponde con este rol y este otro rol.

² Vinculado a los siguientes roles: encuentro, revisión y estudio.

³ Relacionado con este rol y este otro autorol.

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