
La rosa y la manzana

Las rosas blancas habían sido las favoritas de Cailean, y ese era el motivo por el cual Yvaine solía llevar un ramo hecho por sí misma al mausoleo de la familia real. Flores frescas y bien cuidadas, de carnosos pétalos y fragante olor, cortadas ese mismo día del invernadero y atadas con un lazo de seda, esa era la ofrenda floral que hacía dos veces al mes para honrar la memoria de su hermano.
El eco de los pasos de la joven reina se perdía en la sala abovedada, la cola de su vestido susurraba y de su brazo colgaba una cesta de mimbre, y sobre la misma, las flores.
Conocía el recorrido bien, y hasta alcanzar el lugar de reposo de Cailean, debía pasar por las estatuas de otros reyes del linaje Ròsach que habían partido mucho antes. Quince generaciones, posiblemente incompletas debido a guerras, representadas por efigies labradas en mármol.
Yvaine reconocía vagamente algunas gracias a los retratos del castillo, aunque no se sabía los nombres de la mayoría, muy a pesar de que había estudiado varias veces su propio linaje. Pasó de largo, apresuradamente pues no le gustaba recrearse demasiado en los ojos marmóreos del mausoleo y sólo se detuvo durante un breve lapso de tiempo, ante la de su madre. Cailean la había llorado mucho más que ella, que no podía recordarla.
Ignoró deliberadamente la de Balgair, como solía hacer siempre. Con él sí que había tratado, pero nunca había ejercido como padre, y tiempo después, entendía el por qué. No le importaba en lo más mínimo, no necesitaba derramar lágrimas de mentira.
Pero al llegar ante el sepulcro de Cailean sus pasos se acallaron, como si hubiese alcanzado un santuario.
Hermoso y triste como una canción, la losa sobre el sarcófago mantenía perpetuo el semblante de su hermano, sin las heridas que lo habían llevado a la muerte. Parecía tranquilo, y la labor del artesano reflejaba pura devoción por su rey, pues sus labios de mármol parecían esbozar una amable sonrisa, como si sólo estuviese descansando en los brazos de un dulce y apacible sueño.
Yv retiró las rosas marchitas de la última visita, sacudiendo los pétalos caídos con los dedos, con tanto mimo como si acariciase realmente a su hermano. También retiró un trozo endurecido de pastel, cuya consistencia parecía la de una roca. A continuación depositó las rosas blancas sobre las manos labradas en mármol, y de la cestita de mimbre sacó una servilleta, envuelta en la cual había un bocadito de aspecto esponjoso.
— Esta vez es de almendras, tu favorito —dijo a la nada.
Su voz retumbó brevemente en la cripta, un lugar frío y lúgubre, mas sólo el sepulcro de Cailean la hacía sentir segura en tan triste lugar.
— Me ha ayudado Dottie, la cocinera, así que esta vez el resultado es decente. ¡Lo probé antes de traerlo! Espero que te guste.
Siguió conversando sola, sentándose en el suelo y apoyando la espalda contra el sepulcro. Relató algunas anécdotas y peripecias que había vivido en el último medio mes, hablando sobre la puesta en marcha del plan secular, de la cara de estreñimiento que había puesto Monseñor Naohm al tratar de oponerse, de la reanudación de las obras de saneamiento.
— Las cosas han estado algo revueltas últimamente, he estado tan ocupada que casi olvidé en qué día estaba. La persona que empezó a distribuir los panfletos fue descubierta... No te enfades, la verdad es que no sé que ha pasado con ella, y prefiero no saberlo, así no tendré que sentirme culpable por su destino. A tí no te hubiese gustado que dijesen esas cosas horribles de madre, aunque sean verdad. Tú lo sabías, sé que lo sabías, y que muchas de tus decisiones iban más allá de tu amor por tu pueblo —rodeando sus rodillas con los brazos, se hizo un ovillo. Varias escalas descendió su voz, apagando el entusiasmo que había puesto al principio de su monólogo—. Querías protegerme... pero en lugar de eso, precipitaste tu marcha. Odio esto, ¿Sabes? Odio este sitio. Odio al consejo. Odio ser reina. Odio que te marchases. Te odio. ¿Por qué tuviste que hacer esas cosas? ¿Por qué me dejaste sola?
Al encogerse más, pegó la testa sobre sus rodillas, enjugando las lágrimas saladas sobre la falda. Tan blanca como el mármol, Yvaine apenas diferenciaba su escala de color de la imperante en ese lugar.
Al cabo de un rato, suspiró con tristeza. Estaba empapada por el llanto, se frotó los ojos con vehemencia y con voz temblorosa, dijo:
— Lo siento, lo siento mucho, n-no te odio de verdad. Sé que hubo veces en las que te lo dije cuando estabas vivo, pero no era cierto. No pude despedirme de tí apropiadamente. Te quiero, incluso aunque ya no pueda verte, aunque no pueda oírte, aunque no estés. Me cuesta lidiar con todo esto, no estoy preparada y seguramente no lo estaré nunca. Hay tantas cosas que arreglar, y es tan difícil estar a la altura del listón que dejaste, de las expectativas que depositan en mí y que no merezco. La presión me puede, no hay un día en el que no desee tirar la toalla, rendirme y dejar que este sitio se suma sólo en la destrucción, ¿Qué debo hacer? Me siento perdida, asustada, cansada. Es irónico que hable más ahora contigo que cuando estabas, es irónico que ahora esté mas cerca de entender tus inquietudes, es irónico que necesite tu consejo cuando ya no puedes dármelo. Quiero un abrazo, lo necesito, necesito que me digas que todo irá bien. Por favor...
Silencio, pesado y monótono como siempre, mas en realidad Yvaine sabía que no obtendría ninguna respuesta que no fuese la ausencia de sonido.
Ojalá pudiese cambiar el pasado, en lugar de eso, solo tenía el arrepentimiento como castigo.
La albina se incorporó y sacudió las arrugas de su falda.
— Te quiero, Cailean. Y siento todas las veces que te he fallado o que he deseado hacerlo. Nunca te merecí como hermano, y Albain tampoco te mereció como rey.
Se giró para depositar un ósculo sobre la frente de la estatua, fría e inerte como el cuerpo que cobijaba. Ansiaba tanto un abrazo que jamás volvería...
Al alzar la mirada, un par de ojos de color café se cruzaron con los suyos, y mantuvo el contacto visual durante un tiempo que pareció eterno. La calidez que transmitían era como abrazo, como una caricia, como una promesa. Por un momento creyó tener una reminiscencia y estar contemplando su reflejo en los fanales de aquel que llevaba ya tres años ausente, un deseo materializado fruto de su más profundo dolor.
— Cailean... —susurró.
No obstante la ilusión se rompió y la realidad la reclamó, obligándola a poner atención a su alrededor. Había varias razones de peso por las cuales estaba equivocada, empezando porque lo que había ante ella no era humano. Yv dio un respingo y gritó, cayendo de espaldas debido al sobresalto. El corazón iba a salirse por su boca con tan frenético pálpito, y cautelosa asomó por los límites del sepulcro, muy lentamente, como la ratilla cobarde que era.
Revestido de esponjoso cabello negro, un pequeño cánido, difícil de discernir si era un cachorro de perro o lobo, estaba subido sobre la estatua, mordisqueando el pastelito de almendras mientras agitaba de un lado a otro la cola.
¿Cómo era que lo lo había visto? ¿Cómo era que no lo había escuchado? ¿Cómo había entrado ese perro ahí? Y lo verdaderamente importante, ¿Cómo era que se había CONFUNDIDO? La extenuación mental a la que sus quehaceres administrativos la tenían sometida debía rebasar ya los límites inhumanos como para sufrir una alucinación de ese tipo, realización que le causó ganas de llorar, pues evidenciaba esa falta de talento y dotes de liderazgo.
Yv se levantó envalentonada e indignada, ahora sabiendo que no había peligro ni se trataba de un fantasma.
— ¡Chucho asqueroso, esto es para mi hermano! — recuperó el dulce y lo atesoró contra su busto como si fuese una reliquia de valor incalculable—. ¡No puedes estar en este lugar, y menos para robar comida! —furibunda mirada le lanzó pese a que el animal no podía entenderla—. ¡Bájate de ahí!
La respuesta que obtuvo fue una bajada de las orejas por parte del can, que agitó sus patas delanteras con vacilación, como si fuese a tumbarse pero sin llegar a hacerlo. Ladró un par de veces antes de sentarse.
En ese momento Yvaine clavó sus pupilas en el cachorro, entrecerrando los párpados para poner su cara de enfado más seria, y así permaneció por un minuto entero hasta que reparó en que estaba manteniendo un estúpido duelo de miradas con un animal. Este volvió a ladrar, barriendo la estatua con la cola. Su mirada estaba fija en el dulce, e Yvaine reparó en que estaba mordisqueado y lleno de babas, por lo que ya no tenía salvación.
— Ugh...
A Cailean le habría hecho gracia esa situación, pero a ella no.
De un lado a otro, el can movió la cabeza. Sus ojillos marrones resultaban dulces como un tazón de chocolate en un día lluvioso. Pero a ella no le gustaba ni el chocolate ni la lluvia.
Indiferente, Yv bufó al animal.
— No me mires así... ¡Eso no funcionará conmigo! Esa mi táctica secreta, ¡Estoy inmunizada! —repuso condescendiente, alzando la barbilla con orgullo, pero oteándolo por el rabillo del ojo.
Un par de ladridos mezclados con gimoteos, y este se tumbó sobre el vientre de Cailean como si esperase algo. Yvaine deseaba enfadarse pero sentía que no podía aunque quisiera hacerlo con todas sus fuerzas. Dado que no había salvación para la delicia de almendra, la arrojó al suelo de mala manera para que el intruso dejase a su hermano y se la comiese.
Ya daba igual, Cailean nunca podría disfrutarla. Cualquier esfuerzo por intentar recuperar el tiempo con su hermano estaba abocado al fracaso.
Tras dar buena cuenta del dulce, de nuevo sus orbes brillantes y chocolateados se clavaron en la reina, y sobre sus cuartos traseros se elevó. Yv agarró su falda y se retiró de su trayectoria para que no le ensuciase o arañase el vestido.
— ¿Qué haces? No tengo más para tí.
El insistente animal agitó su naricilla, habiendo detectado el olor a comida dentro del cesto de Yv. Derrotada por un cachorro, que humillación.
— Está bien... —la mano introdujo en la canasta y sacó un panecillo, dándole algunas migajas. Se notaba que tenía hambre—. ¿Cómo has entrado? —sólo era un cachorro—. ¿Dónde está tu amo?
Como si fuese a responderle. La entrada al mausoleo permanecía cerrada a cal y canto, salvo cuando Yv visitaba a su hermano, ¿Se habría colado cuando ella entró? ¿Alguien lo habría abandonado allí dentro? No era un pensamiento que le hiciese mucha gracia, le parecía una falta de respeto. Además, la perspectiva de que alguien más pudiese estar deambulando por el mausoleo familiar le puso la piel de gallina.
No quería demorarse en salir del camposanto.
Agarró su falda para no tropezar y se dio la vuelta en pos de la salida, pero algo la hizo volver a voltear hacia el sepulcro de Cailean. El can permanecía a los pies de este, regalándole una mirada llena de inocente confusión. Yv lo miró molesta.
— ¿Piensas quedarte ahí parado?
No tenía por qué hacerse cargo, desde luego, sin embargo tampoco podía dejarlo allí. Quizás lo habían abandonado, quizás se sentía tan perdido como ella, quizás necesitase que lo arropasen o quizás todo estuviese en la cabeza de la albina y todo fuese fruto de su imaginación, que en momentos de debilidad la volvía más hiper susceptible de lo normal. También sopesaba la posibilidad de querer buscar una excusa sólo para hacerlo.
Tras la vacilación pertinente, Yvaine dejó de lado sus remilgos y lo tomó en brazos.
La luz del atardecer irradiaba una promesa de seguridad frente la mortecina iluminación de la cripta, y usó la mano como un parasol cuando esta acarició su rostro con la calidez de los rayos de sol. Sujetando al cachorro, ambos abandonaron el lugar, y por primera vez sin que ella lo supiese, volvieron juntos a casa.